VERSICIDIO.
Hoy he visto a mis poemas sufrir
pisoteados por
el suelo
como hojas
amarillas y naranjas de otoño,
ahogándose en
charcos de espejo,
destiñéndose,
llorando las
letras en el papel.
¡Por fin han
sido liberados!
me los
arrebató el viento
y los soltó
en el patio de un colegio,
como si
fueran los primeros copos
de una gran
nevada
o una lluvia
de perlas
de regaliz.
¡Qué
entusiasmo febril
el de
aquellos niños de uniforme
de rodillas
raspadas
al volcar su
rabia
sobre mis
poemas indefensos!
Golpeados,
decapitados,
apuñalados…
la tinta de
sangre
chorreaba
salpicando
sus caras.
Allí se cometió
un auténtico
versicidio.
¡Pequeños
cabrones,
tomad mi
cartera
o mi reloj,
esas hojas no
valen nada!
-para
nosotros no
pero para ti
si-
podía oírlos pensar
mientras trituraban y devoraban mi creación,
tras la verja.
¡Os tragáis
mi enfermedad,
la acabaréis
vomitando
como yo!
Me doy por
vencido
y retomo el
camino,
abandonando a
su suerte
-a mi suerte-
los poemas
sin copia
de horas,
lloro y sudor.
Y volviendo a
casa,
cabizbajo,
recuerdo
que también
yo,
a la edad de
pocos años
pateé el lomo
de Cristo
al salir de
clase,
cuando
aquella Biblia llegó a mis pies;
Nunca antes
un Dios
había llegado
tan alto.
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