jueves, 27 de noviembre de 2014

VERSICIDIO.

Hoy he visto a mis poemas sufrir
pisoteados por el suelo
como hojas amarillas y naranjas de otoño,
ahogándose en charcos de espejo,
destiñéndose,
llorando las letras en el papel.

¡Por fin han sido liberados!
me los arrebató el viento
y los soltó en el patio de un colegio,
como si fueran los primeros copos
de una gran nevada
o una lluvia de perlas
de regaliz.

¡Qué entusiasmo febril
el de aquellos niños de uniforme
de rodillas raspadas
al volcar su rabia
sobre mis poemas indefensos!

Golpeados,
decapitados,
apuñalados…
la tinta de sangre
chorreaba
salpicando sus caras.
Allí se cometió
un auténtico versicidio.

¡Pequeños cabrones,
tomad mi cartera
o mi reloj,
esas hojas no valen nada!

-para nosotros no
pero para ti si-
podía oírlos pensar
mientras trituraban y devoraban mi creación,
tras la verja.

¡Os tragáis mi enfermedad,
la acabaréis vomitando
como yo!

Me doy por vencido
y retomo el camino,
abandonando a su suerte
-a mi suerte-
los poemas sin copia
de horas, lloro y sudor.

Y volviendo a casa,
cabizbajo,
recuerdo
que también yo,
a la edad de pocos años
pateé el lomo de Cristo
al salir de clase,
cuando aquella Biblia llegó a mis pies;

Nunca antes
un Dios
había llegado tan alto.

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