Estoy en duelo
porque mi infancia ha muerto.
He abierto la bolsa de los días
para esparcir las semillas
sobre la tierra estéril y abandonada,
para que crezcan helechos
robles, cerezos, palmeras
para que renazcan las flores
y el rocío conozca el reposo,
para que vuelvan abejas
a posarse
y desposarse
para que en mis manos tiernas
no haya maldad ni sexo
y la sangre fluya
por dentro
discreta
como ríos larguísimos
durmiendo bajo tierra,
para que mi olor
a nada huela
y la noche
sea el más misterioso
de los misterios
que me rodean.
pero mis manos
cobijan ceniza
como arena de luto
y el enigma de la noche
se desvela;
un cofre abierto
y destripado.
La sangre que escupo
se enfrenta a la tierra polvorienta.
Por eso,
al ver el destello moribundo
de la tarde anaranjada
lo he sabido:
mi infancia ya estaba muerta.